Seguimos arrancado hojas al
calendario, mientras descontamos los días para el nacimiento del Infante que
dará Luz al mundo. En este tiempo de adviento, que ya todo lo impregna y se marcha, nos esmeramos en revivir
entrañables tradiciones, que desde pequeños nos enseñaron nuestros padres y
abuelos. Una de ellas, y quizás la más habitual, es el montaje del Belén, que
nos hace experimentar irrepetibles
momentos al lado de nuestras familias y allegados.
Con este somero recorrido, vamos
a analizar la evolución que ha sufrido el nacimiento con el paso de los siglos,
centrándonos ante todo en su simbolismo e iconografía.
En la tradición bizantina, las primeras
representaciones de la Natividad de Nuestro Señor, mostraban a la Virgen María
recostada sobre una cama, agotado tras el parto y el niño entre las pajas de un
pesebre, en un intento de acentuar la naturaleza humana de Jesús. De este modo,
la tradición bizantina, defiende que María sufrió como toda mujer durante el
parto, en oposición a otras que afirman que tuvo el privilegio de ser librada
de este dolor. También era frecuente ver la escena complementada por dos
personajes que aparecen en los evangelios apócrifos: las dos comadronas; la crédula
y la incrédula, aunque finalmente ambas quedaran convencidas de que María quedo
virgen después de parto. En esta misma época, Occidente representa la escena de forma muy similar,
pero sin embargo incluye a un nuevo
personaje: el patriarca San José.
En siglo XV dentro de los albores del Gótico, se
van a producir una serie de cambios muy importantes en la icnografía de la Natividad,
motivados por la gran expansión que tuvieron las visiones, que experimento en
carne propia, Santa Brígida de Suecia durante su estancia en la gruta de Belén. A partir
de entonces, comienza a representarse a José y María arrodillados ante el Niño,
mientras lo veneran y oran ante Él. Con esta representación se nos muestra a Jesús
en plenitud de su condición divina.
Además de estos
personajes centrales que son: Jesús, María y José, La escena de la natividad,
siempre se ve acompañada de otros personajes sobre los que se ha debatido mucho
en los últimos tiempos. Estos son: la mula y el buey, los ángeles, los magos de
Oriente y los pastores.
Nada aparece en
la Sagrada escritura, sobre los dos animales que acompañan a Jesús en su
nacimiento, al contrario que algunos textos apócrifos donde si aparecen. En la representación
de la Natividad de Nuestro Señor, se incorporan durante el Románico, simbolizando
el Antiguo y el Nuevo Testamento respectivamente. También se pueden dar lectura
a estos dos personajes, como símbolo de la toda creación, la naturaleza y la fauna que adoran a Cristo recién nacido. Pero
a partir del Concilio de Trento, vemos
como en muchos casos desaparecen junta a la figura de las comadronas debido a
su procedencia apócrifa.
Sobre los magos
de Oriente tampoco se nos dan grandes datos en los Evangelios, tan solo que procedían
de Oriente y llegaron a Belén, siguiendo el curso de una estrella. Han sido
muchas las dudas que se han generado sobre sus nombres, su número o su lugar de
origen. En el siglo VI, aparecen en los mosaicos de San Apolinar de Rávena como
tres, siendo cada uno de ellos de un lugar de origen diferente: África, Asia y
Europa, es decir, los tres continentes
conocidos hasta el momento. Esta es la representación más popularizada, y que
ha llegado a nuestros días. Algo que si va a variar con el paso de los siglos son
sus ropajes, medios de transporte y acompañantes. Con respecto
a los presentes que le entregan al Niño Dios, podemos decir que en el Evangelio
aparecen tres: el oro, el incienso y la mirra, encerrando cada uno de ellos un
importante significado. El oro como Rey, símbolo del poder
temporal y político; el incienso como Dios, símbolo de la ofrenda espiritual,
por último la mirra como Hombre, también símbolo del dominio sobre la muerte.Es curioso que este tema aparezca
antes que la adoración de los pastores, algo que podemos entender como un
intento de subrayar la supremacía del poder religioso sobre el político, en un periodo
en el que hay diversas tensiones entre el poder imperial y los romanos pontífices.
A raíz de esto último,
podemos afirmar que la representación de los pastores adorando al Niño Dios, ha
dependido siempre de la representación de los magos de Oriente. Como antes hemos señalado
este tema aparece después de la adoración de los magos, también influido, por
el hecho de que en otros periodos como el Románico, se prefirió la escena del anuncio a los pastores, antes que
la adoración. Es curioso que el número de pastores, su actitud y acompañantes siempre
hayan dependido de los magos, hecho que podemos interpretar como
símbolo de la obediencia, que el pueblo llano debe a la supremacía eclesiástica.
También es habitual ver a un pastor con
un cordero sobre sus hombros cerca del portal, como símbolo del buen pastor.
A todos nos parecería que se
trata de algo ancestral e inmutable a lo
largo de los siglos, pero la experimentada historia, nos dice lo contrario. A
veces esta realidad pasa muy desapercibida, pero el Belén, al igual que todo lo
que nos ha legado la tradición, es algo que ha ido evolucionando y que está
cargado de sentido simbólico e iconográfico. Un sentido simbólico e
iconográfico, que es fruto del empeño de muchos nombres anónimos, que con el
objetivo de dar mayor reverencia a Dios, han ido conformando a lo largo de casi
diez siglos, esta bellísima tradición.