Apegado a la renuncia
El primer domingo de Cuaresma Benedicto
XVI comenzaba su retiro espiritual. Lo hace acompañado de los cargos de la
Curia vaticana. Una semana en la que el Papa, como cualquier cristiano, se
prepara para vivir intensamente los día de la Pascua. Se retira. Se
aparta del mundo. He leído en esos días un artículo de un joven argentino que
me ha llamado mucho la
atención. Nace esa reflexión de un corazón agradecido. De una
persona que ha sabido apreciar algo que para muchos, nos quedó escondido cuando
supimos que Benedicto XVI presentaba la renuncia. Al estupor y la sorpresa siguió el
respeto, la pena y…. la
admiración. No es cobardía, no hay miedo, no hay egoísmo en
esta decisión. El Papa sólo sabe decir que sí a Dios. Por eso escribe este joven:
" El Papa renunció a una vida normal. Renunció a tener una esposa.
Renunció a tener hijos. Renunció a ganar un sueldo. Renunció a la mediocridad. Renunció
a las horas de sueño, por las horas de estudio. Renunció a ser un cura más,
pero también renunció a ser un cura especial. Renunció a llenar su cabeza de
Mozart, para llenarla de teología. Renunció a llorar en los brazos de sus
padres. Renunció a, teniendo 85 años, estar jubilado, disfrutando a sus nietos
en la comodidad de su hogar y el calor de una fogata. Renunció a disfrutar su
país. Renunció a tomarse días libres. Renunció a su vanidad. Renunció a
defenderse contra los que lo atacaban. Vaya, me queda claro, que el Papa fue un
tipo apegado a la renuncia".
Se han escrito en estos días muchos
artículos de teólogos, vaticanistas, personas supuestamente enteradas de lo que
sucede en los palacios vaticanos… Pero me parece que son pocos los que han
sabido adentrarse en esta misteriosa decisión con el acierto de este joven
argentino. Hay detrás de la decisión del Papa algo misterioso, algo que se
esconde… pero no se trata de intrigas, dimes y diretes. Se trata de una postura
tan inusual que nos lleva a pensar en otra dimensión del ser humano: la postura
de quien está dispuesto a hacer siempre y en todo lo que Dios le pida. Si Juan
Pablo II nos dejó como ejemplo el morir exprimido como un limón, Benedicto XVI
nos ha dejado el testimonio de la auténtica libertad cristiana: dejar la vida
en manos de Quien sabe mejor que nadie lo que conviene a cada hombre en cada
tiempo… y lo que conviene a la
Iglesia. Se va Benedicto XVI pero nos deja un testimonio
inolvidable de humildad, de sencillez, de verdadero afecto. Hoy como siempre,
los santos siguen siendo signo de contradicción. No podía ser menos quien ha
sabido renunciar a todo. A todo… menos a lo que Dios le ha pedido.