La palabra más utilizada por
le ser humano es “amor”. Lo necesitamos. Lo esperamos. Sin sentirse amado y sin
amar es muy difícil afrontar los retos que nos ofrece la vida. Amar da sentido
a todo. Empapa la existencia. Nos devuelve la sonrisa en los momentos más
duros, nos llena los pulmones de ilusión para afrontar esas subidas que siempre
están en el día a día. Es el amor lo que permite al ser humano sufrir. Sin
embargo es una palabra que se ha prostituido demasiado. Un concepto que se ha
unido dentro del pensamiento único al placer, al individualismo… Por eso la Iglesia , experta en
humanidad, no se cansa de recuperar una y otra vez el verdadero sentido de la
vocación del ser humano: una vocación al amor. El Papa emérito, Benedicto XVI,
nos ha ofrecido una serie de reflexiones a lo largo de su Pontificado que vale
la pena que repasemos. Ahí están sus encíclicas, sus escritos sobre la
verdadera dimensión del ser humano… Imagen del Dios que es amor. En ese
pensamiento único la caridad, amar, darse, está cargado con tintes negativos.
“No queremos caridad” gritan algunos como si recibir la ayuda de los demás
fuera una humillación insufrible. No. Caridad, darse, no es entregar la ropa
vieja, ni vivir compadecidos de los más necesitados con cierto pellizco en el
estómago… caridad es darse. Amar, con todas las fuerzas, significa a un
cristiano dar hasta lo necesario, no consentir que nadie a nuestro lado pueda
pasarlo mal si podemos evitarlo, significa practicar las obras de misericordia.
Por eso son las organizaciones relacionadas con la Iglesia las que están
dando una lección espectacular a todo el mundo en estos momentos de crisis.
Porque saben quién es el ser humano. Porque saben amar. Porque saben que son
amados. Y dentro de esas asociaciones me van a permitir que hoy rinda un
homenaje modesto pero sentido a la Orden Hospitalaria
de San Juan de Dios. Los hijos del copatrono de Granada siguen ofreciéndonos un
testimonio valiente y sincero de que Dios no sabe hacer una cosa distinta a
amar. Amar a quien más Le necesita. Sus brazos, sus labios, sus fuerzas somos
todos los bautizados y muy especialmente los que viven con Él un compromiso de
amor más fuerte que la muerte. Un compromiso que pervive en el tiempo como el
ejemplo de san Juan de Dios.