Envueltos en mascaras, disfraces, serpentinas y satíricas
comparsas, diversos puntos de nuestra geografía celebran la fiesta en la que
por varios días el pueblo lleva las riendas y reina en el ambiente cierta
“locura colectiva”. Muchos son participes de esa locura, sin saber que
realmente es la fiesta en la que como decían nuestros antepasados: se
puede liberar, lo que en todo el año se
ha de condenar o más bien en este caso un lapso de permisividad que se opone a
la expiación, la abstinencia y la penitencia
propias de la Cuaresma, que ya toca a nuestra puerta.
Estas son las connotaciones aplicadas a la fiesta, por parte de la tradición
cristiana, ya que hemos de tener en cuenta, que esta celebración probablemente hunde sus raíces entre el
tercer y el segundo milenio antes de nuestra era, en la Antigua Mesopotamia. De
este punto es muy probable que se traspolara a Egipto y de ahí a las dos
civilizaciones matriarcas de nuestra cultura actual: Grecia y Roma, que a
través de estos festejos daban culto a dioses como Saturno o Baco, más conocidos
en este último caso como bacanales. Al igual que pasó con muchas de las
costumbre paganas, las bacanales también fueron asimiladas y dotadas de nuevo
sentido y matices por parte del cristianismo aun emergente, en un lapso que
comprende la decadente postrimería del mundo antiguo y el nacimiento de la oscura
era medieval.
Provistos de vistosos disfraces y mascaras el pueblo llano,
a la vez que festeja con alegría esta celebración, puede mantener en el
anonimato su identidad y desarrollar con mayor libertad todo tipo de chanzas y
tretas. Para poner fin a este periodo de liberación y desahogo, surgirán
curiosas tradiciones; distintas en cada lugar pero a la vez muy similares, como
es el caso del “Entierro de la sardina” o “La quema de Judas´”. Con este tipo
de usos y costumbres populares, en los
que se quema alguna figura o pelele, se quiere poner fin de forma simbólica al
carnaval, de tal modo que se quema todo lo anteriormente vivido y se da paso a
un nuevo ciclo más sobrio y estricto como es la Cuaresma. Es habitual que se
produzca este hecho el día anterior al Miércoles de Ceniza, que dada la
popularidad y arraigo que ha adquirido
en ciertas circunscripciones consiguió la denominación de Martes de
Carnaval.
En el caso nuestro caso particular: Granada; han surgido
también algunas tradiciones muy arraigadas en torno al Carnaval y que tienen
que ver con la gastronomía. Dejadas atrás las fiestas en torno al nacimiento
del Divino Infante, surgía en el ámbito domestico el siguiente aprieto:
quedaban gran cantidad de mantecados y polvorones sin consumir que con el paso del tiempo se pondrían
rancios. Pero la astucia de antaño daría rápida solución a este entuerto,
surgiendo de este modo uno de los postres más señeros de la ciudad: la cuajada
de Carnaval. Un manjar al alcance de cualquier mortal, que tiene como
protagonistas productos tan propios de nuestra repostaría como: mantecados y
polvorones, cabello de ángel, almendra, natillas y canela. Todo ello contenido en
los castizos platos de Fajalauza, también tan nuestros y recubierto en la parte
superior con azúcar que dibuja en tan deliciosa superficie una granada. Un
postre al que hacen alusión los viajeros que viene a la ciudad a finales del
siglo XIX y principios del XX como es el caso de Emilia Pardo Bazán que en 1913
plasmara en uno de sus libros las siguiente referencia: "En
Granada tuve ocasión de ver unos dulces que ostentaban en la superficie dibujos
de azúcar reproduciendo los alicatados de los frisos de la Alhambra; y no por
artificio de confitero moderno, sino con todo el inconfundible carácter de lo
tradicional."
Una delicia que hace más amena la espera a los cofrades, que
ansiamos el tiempo en el que podremos
tocar el cielo con las manos……CUARESMA.