Es grande la devoción que se le tiene a la Virgen entre los cofrades.
De hecho, en la actual concepción de cofradía dual, algo relativamente reciente
en la historia cofrade como rasgo tan común, lo habitual es tener un titular
cristífero y otro mariano. Esa especialísima devoción a María, constituye uno
de los grandes tesoros de las hermandades. En este Diario para una Cuaresma,
deseo compartir una de las más bellas oraciones que se le han dedicado. Su
autor es San Bernardo, sobresaliente monje cisterciense francés, una de las
personalidades de más relevantes del siglo XIII. Entre sus grandes devociones
está la mariana. Esta oración es la siguiente:
"Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, que
jamas se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección
implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de ti.
Animado con esta confianza, a ti también acudo, ¡oh Madre, Virgen de las
Vírgenes! Y, aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a
comparecer ante tu presencia soberana. No deseches mis súplicas, ¡Oh Madre de
Dios! antes bien, inclina a ellas tus oídos y dígnate atenderlas
favorablemente. Amén",
Es fácil estar de acuerdo en afirmar no solo su
belleza, sino me atrevo incluso a citar su utilidad práctica, como una piadosa
oración que puede sernos de gran utilidad.