El pasado domingo se leyó en la misa el relato de las tentaciones
de Jesús que se recoge al principio del Capítulo cuarto del evangelio de San
Mateo. Es uno de los textos más indicados para este tiempo de Cuaresma. En él
se nos relatan los cuarenta días de ayuno practicados por Cristo en el desierto
y las tentaciones a las que lo somete el diablo. Todo el texto está cargado de
un gran sentido simbólico que nos sirve como exponente de la riqueza del
mensaje del evangelio. Por ejemplo es fácil establecer el simbolismo del número
40, justos los mismo días que duró el Diluvio Universal. También el número 40
podría ponerse en relación con los 40 años que estuvo Moisés en el Desierto.
En cuanto a las tentaciones podemos apuntar que “no podemos
precisar bien en qué forma se realizaron, si en forma sensible externa o en forma imaginaria (Nuevo
Testamento, B.A.C. 1974-comentario referido a este pasaje)”. Son tres
tentaciones de diverso signo que le ofrece el diablo: convertir las piedras en
pan- lanzarse al vacío para ser recogido por los ángeles -entregarle todos los
reinos del mundo si lo adora. A cada tentación Jesús responde con una frase
procedente del Deuteronomio, el último de los libros del Pentateuco, en el,
entre otros aspectos se recogen una serie de aspectos legislativos que son los
utilizados por Jesús para responder al diablo: no solo de pan vive el hombre,
sino de toda la palabra que sale de la boca de Dios-no tentarás al Señor tu
Dios-al Señor, tu Dios, adorarás y sólo a Él darás culto. A cada tentación su
respuesta, en forma de réplica contundente, muestra de la gran utilidad que
tiene para nuestra vida cotidiana, repleta también de tentaciones, lo que se
nos señala en la Biblia, cuya lectura debe ser una de las constantes del
cofrade, porque un cofrade es, fundamentalmente, un católico.