sábado, 14 de enero de 2017

POR LA UNIDAD DE LOS COFRADES #LaCartela


Cuando uno se deja guiar por el frenético ritmo de vida que esta sociedad marca como motor, a veces no cae en la cuenta de momentos o situaciones de las que puede uno disfrutar hasta el extremo. Si esto ocurre, no tengo la menor duda de que Dios, en ocasiones y si estamos alerta, echa el freno para que nos topemos de frente con todo un regalo.

Como cada semana, los jóvenes de mi hermandad interesados por aprender algo más de la fe me dan la oportunidad de sentarme ante ellos y darles todo lo que un día me regalaron tantos y tantos catequistas, formadores, sacerdotes, amigos o mis propios padres: conocimiento acerca del Dios verdadero. Ellos llegan dispuestos a recibir, yo también, pues aunque no se lo creen, muchas veces aprendo con tan solo ver sus tímidas reacciones o cortas respuestas, dignas de la adolescencia.

Hoy tocaba, por casualidades de esas que te planta el Jefe de arriba, saltarse el guión de la formación semanal para comentar la temática que lleva el mes de enero para la Iglesia desde hace unos años: la oración por la unidad de los cristianos. A mí se me ocurrió hablarles de esto, pero aterrizando más en el ámbito de hermandad: pedir por la unidad de los cofrades.


Se dice que son insalvables las diferencias entre anglicanos y católicos, y mucho más livianas las que hay entre éstos últimos y los ortodoxos, pero sin adentrarme en tan compleja cuestión, la vida cofrade nos ha llevado a comentar situaciones parecidas en un ambiente mucho más cercano a todo aquel que se haya atrevido a leer el presente artículo.

Las habladurías y observaciones en los corrillos cofrades son frecuentes y, por desgracia, no suelen ser fábricas de comentarios positivos o que refuercen la figura de ciertas personas en una hermandad. El cotilleo o el ‘corre ve y dile’ hace, a mi parecer, mucho daño a nuestra vida cristiana dentro de las cofradías.

Nunca he entendido las luchas de poder o las críticas a aquellos que se hallan en puestos de responsabilidad en juntas de gobierno, pues son lugares de trabajo con una única remuneración, la pastoral o patrimonial que disfruta la hermandad.

A los jóvenes, y también a los que ya no lo son, no se les puede hablar sin citar fuentes, pues si tu edad no llega siquiera a la treintena apenas portarás la credibilidad de un hermano con más años y experiencia. Por ello, hoy ha sido San Pablo el que ha salido a la palestra con su Primera Carta a los Corintios, donde, entre tantos aspectos, nos señala la importancia de cada miembro en el cuerpo de la Iglesia: ‘los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo uno solo’ (1Cr 12, 12).

Lo que en su día escribió ‘el apóstol de los gentiles’ para ejemplificar la vida de la Iglesia, también lo podemos tomar como referencia en nuestras hermandades y cofradías, entre las treinta y dos, y dentro de cada una de ellas. Los miembros son muchos, pero todos pertenecen a un mismo cuerpo: si cada parte realza las diferencias no se centrarán en fortalecer las similitudes, sobretodo la primordial, dar testimonio del Salvador.

Si proclamar incompatibilidades hace daño en el seno de las hermandades, más aún el desprecio entre los miembros, en nuestro caso los hermanos, de un mismo cuerpo. Hay partes vitales y otras no tanto, pero también necesarias que complementan el conjunto de la corporación. Al igual que el dedo meñique de los pies pasa desapercibido hasta que descubrimos con él la esquina de cualquier mueble, así los hay a montones en nuestras hermandades, pero no por ello menos importantes, pues cada uno cumple su función.

Si enero está siendo el mes de oración por la unidad de los cristianos, de modo especial pediremos por la unidad de los cofrades, por el entendimiento y conocimiento de la figura de cada hermano, pues ser hermano mayor no otorga más importancia, sino mayor responsabilidad dentro del cuerpo que forman todos miembros de la corporación. El valor de este hermano, a la cabeza de la corporación, será igual que el de los hermanos que conforman el corazón, bombeando la sangre con el incesante trabajo durante todo el año, o el de los pies y dedos, como pueden ser los costaleros, hermanos muy necesarios también, en nuestras hermandades y cofradías.


Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían. Así, no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan. (1Cr 12)