Nos referíamos ayer al analizar el mensaje Cuaresmal de Benedicto XVI, a los beneficios que puede tener el silencio para ayudarnos en este tiempo litúrgico, que es de preparación para la Pascua de Resurrección. Así, como tiempo de preparación, es como en efecto debemos contemplar tanto la Cuaresma como la Semana Santa. Pero prometíamos reflexionar sobre el silencio. Es muy importante saber hacer, de manera voluntaria y coherente, silencio en determinados momentos de nuestra vida. Un silencio una doble vertiente, la exterior y la interior. Es por ejemplo, un primer paso para iniciar una momento de oración o una oportunidad magnífica de que otros sonidos nos impidan escuchar a Dios. Por tanto, el silencio especialmente en Cuaresma, pero también en cuaquier otro momento del año. Y el silencio también en nuestras procesiones, no solo para las que tienen este carácter como la del Cristo de la Misericorida, sino también para todos los integrantes de cualquier cortejo penitencial, que deben guardar silencio, salvo causa de fuerza mayor o necesidades de su cargo, durante toda la estación de penitencia. Ese silencio cofrade al que nos referimos, no debe contemplarse como una ejercicio de disciplinario, sino como una ayuda para acercanos más a Dios, en tanto es, como dijimos, una fórmula extraordinaria para iniciar la oración.