Cada uno de los
pasos de nuestra Semana Santa enseña una catequesis dotada de un valor
indudable para todos, incluso para los que carecen de fe. Es una catequesis
primorosa, dirigida a nuestro corazón, usando para ello como vehículos nuestros
sentidos: el oído, la vista, el olfato e incluso el tacto, este último en esa
expresión tan singular de quienes tratan de acariciar nuestros pasos en busca
de un sentido trascendente que es inherente al ser humano. Contribuyen a esta
catequesis los imagineros, los tallistas, los floristas, los que colocan la
cera, los que visten las imágenes ... En el montaje de un paso intervienen muchas
personas que son en definitiva, catequistas, es decir se dedican a la
instrucción en la fe. Los he visto trabajar y su labor, su entrega, el primor
con el que desarrollan su cometido, me conmueve y es una puerta abierta a la
esperanza.