Cuando uno se deja guiar por el
frenético ritmo de vida que esta sociedad marca como motor, a veces no cae en
la cuenta de momentos o situaciones de las que puede uno disfrutar hasta el
extremo. Si esto ocurre, no tengo la menor duda de que Dios, en ocasiones y si
estamos alerta, echa el freno para que nos topemos de frente con todo un
regalo.
Como cada semana, los jóvenes de
mi hermandad interesados por aprender algo más de la fe me dan la oportunidad
de sentarme ante ellos y darles todo lo que un día me regalaron tantos y tantos
catequistas, formadores, sacerdotes, amigos o mis propios padres: conocimiento
acerca del Dios verdadero. Ellos llegan dispuestos a recibir, yo también, pues
aunque no se lo creen, muchas veces aprendo con tan solo ver sus tímidas
reacciones o cortas respuestas, dignas de la adolescencia.
Hoy tocaba, por casualidades de
esas que te planta el Jefe de arriba, saltarse el guión de la formación semanal
para comentar la temática que lleva el mes de enero para la Iglesia desde hace
unos años: la oración por la unidad de los cristianos. A mí se me ocurrió
hablarles de esto, pero aterrizando más en el ámbito de hermandad: pedir por la
unidad de los cofrades.
Se dice que son insalvables las
diferencias entre anglicanos y católicos, y mucho más livianas las que hay
entre éstos últimos y los ortodoxos, pero sin adentrarme en tan compleja
cuestión, la vida cofrade nos ha llevado a comentar situaciones parecidas en un
ambiente mucho más cercano a todo aquel que se haya atrevido a leer el presente
artículo.
Las habladurías y observaciones
en los corrillos cofrades son frecuentes y, por desgracia, no suelen ser
fábricas de comentarios positivos o que refuercen la figura de ciertas personas
en una hermandad. El cotilleo o el ‘corre
ve y dile’ hace, a mi parecer, mucho daño a nuestra vida cristiana dentro
de las cofradías.
Nunca he entendido las luchas de
poder o las críticas a aquellos que se hallan en puestos de responsabilidad en
juntas de gobierno, pues son lugares de trabajo con una única remuneración, la pastoral
o patrimonial que disfruta la hermandad.
A los jóvenes, y también a los
que ya no lo son, no se les puede hablar sin citar fuentes, pues si tu edad no
llega siquiera a la treintena apenas portarás la credibilidad de un hermano con
más años y experiencia. Por ello, hoy ha sido San Pablo el que ha salido a la
palestra con su Primera Carta a los Corintios, donde, entre tantos aspectos,
nos señala la importancia de cada miembro en el cuerpo de la Iglesia: ‘los miembros son muchos, es verdad, pero el
cuerpo uno solo’ (1Cr 12, 12).
Lo que en su día escribió ‘el apóstol de los gentiles’ para
ejemplificar la vida de la Iglesia, también lo podemos tomar como referencia en
nuestras hermandades y cofradías, entre las treinta y dos, y dentro de cada una
de ellas. Los miembros son muchos, pero todos pertenecen a un mismo cuerpo: si
cada parte realza las diferencias no se centrarán en fortalecer las
similitudes, sobretodo la primordial, dar testimonio del Salvador.
Si proclamar incompatibilidades
hace daño en el seno de las hermandades, más aún el desprecio entre los
miembros, en nuestro caso los hermanos, de un mismo cuerpo. Hay partes vitales
y otras no tanto, pero también necesarias que complementan el conjunto de la corporación.
Al igual que el dedo meñique de los pies pasa desapercibido hasta que
descubrimos con él la esquina de cualquier mueble, así los hay a montones en
nuestras hermandades, pero no por ello menos importantes, pues cada uno cumple
su función.
Si enero está siendo el mes de
oración por la unidad de los cristianos, de modo especial pediremos por la
unidad de los cofrades, por el entendimiento y conocimiento de la figura de
cada hermano, pues ser hermano mayor no otorga más importancia, sino mayor
responsabilidad dentro del cuerpo que forman todos miembros de la corporación.
El valor de este hermano, a la cabeza de la corporación, será igual que el de
los hermanos que conforman el corazón, bombeando la sangre con el incesante
trabajo durante todo el año, o el de los pies y dedos, como pueden ser los costaleros,
hermanos muy necesarios también, en nuestras hermandades y cofradías.
Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a
los que menos valían. Así, no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros
por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con
él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan. (1Cr 12)