La Comisión Ejecutiva de la Coronación Canónica de la Virgen de la Amargura nos envía la siguiente información con motivo de la conferencia que ha organizado y que estará a cargo del Rvdo. José Gabriel Martín, Delegado Diocesano de la Saluda. Acompañada a esta información la fotografía del conferenciante y su presentación personal, lo que también hemos reproducido.
"El día 30 de Enero a las 20,30h., tendrá lugar la conferencia "A CERCARSE A LOS QUE VIVEN LA AMARGURA DE LA ENFERMEDAD Y EL SUFRIMIENTO", a cargo del Rvdo P. D. JOSE GABRIEL MARTIN RODRIGUEZ, DELEGADO DIOCESANO DE PASTORAL DE LA SALUD, en el salón de actos de la Parroquia de Santa Escolástica, Iglesia de Santo Domingo. Entrando por la Plaza. El acto está enmarcado dentro del II Ciclo Formativo "Las amarguras cotidianas a la luz de la Fe", del programa de actividades del segundo año previo a la Coronación Canónica de la bendita imagen de María Santísima de la Amargura. Ciclo que se continuará con otra tercera conferencia el día 20 de Febrero, a cargo de D. Manuel Mingorance Cano, Director del Proyecto Hombre,. El conferenciante recibió de parte del Sr. Arzobispo, D. Javier Martínez, primero el encargo de ser Delegado suyo para la Pastoral de la Salud (año 2008) y luego Consiliario de la Asociación Hospitalidad Granadina de Ntra. Sra. de Lourdes (año 2013). Estamos seguro que sus palabras y su experiencia nos acercarán de otra manera, a todos los que sufren desde la enfermedad, pacientes y familiares, las amarguras cotidianas".
PRESENTACIÓN
PERSONAL
Origen
Soy
José Gabriel Martín Rodríguez, el 19 de marzo de 1973, me vio nacer Turón, un
pequeño pueblo alpujarreño en las estribaciones de la Contraviesa granadina y
colindante con la provincia de Almería.
Terminados
los estudio de Teología me ordené sacerdote el 7 de mayo de 2000, es decir que
soy cura del dos mil en el sentido literal de la palabra y del número. Llevo
sólo trece años de cura. Desde el principio de mi ministerio, incluido el año
de diaconado mi vida pastoral ha estado marcada por la atención y presencia
hospitalaria como capellán, experiencia que profundamente ha marcado mi vida y
continúa haciéndolo. Cuando fui ordenado diácono me enviaron a Motril, ciudad
granadina que vertebra social y económicamente la vida de la costa granadina.
Allí estuve tres años, el de diaconado y dos de sacerdote, en la parroquia
“Divina Pastora”, como vicario parroquial, y como capellán en el Hospital
General Básico que atiende toda la comarca. Fue una etapa apasionante, vivida a
tope, fue el primer amor, ese que nunca se olvida, pues tantas cosas te hace
vivir y compartir, pues tantas cosas das y más recibes. Allí, compaginé
pastoral de la salud con pastoral parroquial en una comunidad de barrio de
clase media trabajadora, una comunidad viva y participativa, inquieta y
preocupada por la evangelización, una comunidad hondamente marcada por lo
social.
Decía
que mi vida sacerdotal ha estado profundamente marcada por la pastoral de la
salud, y es que desde el principio me he movido, con una bata blanca, por las
habitaciones y pasillos de un centro hospitalario. Aún recuerdo la sorpresa y
miedo que produjo en mi el encargo de ser capellán de hospital, anticipando
actitudes y reacciones en los enfermos, familiares y personal laboral, que luego
para nada coincidían con lo que yo había prejuzgado. Y es que, antes que uno
llegue a algún lugar, está el Señor: “Él va por delante de vosotros a
Galilea. Allí lo veréis como os dijo” (Mc 16, 7). En la medida en que uno
se da tal y como es, con limitaciones y cualidades, con miserias y talentos,
cuando uno simplemente quiere ser reflejo del buen samaritano, a quien le
importaron poco las leyes y los ritualismos, los demás te acogen y acogen “el
tesoro que llevamos en vasijas de barro” (2 Cor 4, 7). Lo importante en
nuestro mundo triunfalista, en nuestro mundo que tantas veces desespera y
enloquece es vivir con la firmeza y el convencimiento de Pedro: “No tengo
plata ni oro; pero te doy lo que tengo” (Hch 3, 6).
Nueva etapa
De
Motril, en este curso pastoral, vengo a Granada con los mismos encargos.
Enviado a plantar la tienda como Vicario Parroquial de Santa María Micaela, en
la Chana, un barrio periférico y populoso de Granada con bastante presencia de
inmigrantes. Y enviado, prioritariamente, como capellán (coordinador del
Servicio Religioso Católico), junto a otros tres compañeros y dos personas
idóneas, del Hospital Universitario Virgen de las Nieves.
En
el transcurso de estos años, recibí también de parte del Sr. Arzobispo, D.
Javier Martínez, primero el encargo de ser Delegado suyo para la Pastoral de la
Salud (año 2008) y luego Consiliario de la Asociación Hospitalidad Granadina de
Ntra. Sra. de Lourdes (año 2013).
Todo
este tiempo ha sido un cambio cuantitativo y cualitativo, no exento del dolor propio
del desgarro de la comodidad de lo que dejas y la incertidumbre de lo que
empiezas, pero siempre diciendo las palabras de Pablo, que escogí para el
recordatorio de la ordenación: “Sé de quien me he fiado, y estoy seguro de
que puede guardar hasta el último día el encargo que me dio” (2 Tim 1,12).
Lecciones de la vida
Desde
el primer día en contacto con el que sufre y al lado del débil he aprendido el
amor de Dios que sobrepasa toda miseria, su misericordia, la limitación del ser
humano, lo importante que es haber amado. He visto también que uno recoge
abundantemente lo que siembra en todos los aspectos de la vida. He palpado como
cuando la enfermedad es grave o es vivida como si lo fuera, pone al descubierto
lo que cada uno es en realidad, confronta con lo inevitable de la existencia,
provoca dudas e interrogantes y pone en tela de juicio estilos de vida y
valores. En el hospital, y en todos los ambientes de nuestra vida pastoral, es
urgente y necesario ser anuncio viviente y acompañar a la persona.
El
acompañamiento se hace de muchas maneras, no sólo con la administración de los
sacramentos, sino también con la compañía, la escucha atenta, la palabra de
ánimo en momentos de abatimiento, con la sonrisa en un momento determinado, un
chiste, una anécdota... humanizando y
humorizando, con palabras y con gestos poner rostro a la ternura de Dios y
hacer presente a Jesucristo.
Compartiendo
es como uno se lleva más bendición que la que deja. Muchas veces la gente tiene
crisis, porque han perdido el horizonte, porque no ven a Dios, no ven nada...
Yo les diría: “Vete y date una vuelta por el hospital, y ya verás como ves todo
lo que tienes que ver, lo que quieres y lo que no quieres”. Los dones que cada
uno tiene cobran sentido cuando los pone al servicio de los demás, si no, se
convierten en bombas que nos estallan en las manos. Esa es la formula de la
felicidad: ponernos al servicio de los demás con lo que somos, sabemos y tenemos. Si la gente quiere ser feliz que
vaya a los bienaventurados, que vaya a los hospitales, a las cárceles, a las
residencias de ancianos, de minusválidos... que se ponga al servicio de los
débiles y empiece por querer a quien tiene al lado. Yo, a pesar de mis
limitaciones y equivocaciones, tengo conciencia de ser un privilegiado. Ir al hospital
es un privilegio. Es como si el Señor me dijera: “José Gabriel, ojo con lo que
haces con mis hermanos, que yo los quiero mucho. Quita las sandalias de tus
pies, porque el lugar que pisas es sagrado”. (Ex 3, 5). Ya lo dijo Él: “estaba enfermo, y me
visitasteis”. (Mt 25, 36).
Termino
con un fragmento de José Luis Martín Descalzo de sus Reflexiones de un
enfermo en torno al dolor: “el dolor es una herencia de todos los
humanos, sin excepción. Un gran peligro del sufrimiento es que empieza
convenciéndonos de que nosotros somos los únicos que sufrimos en el mundo o los
que más sufrimos. Una de las caras más negras del dolor es que tiende a
convertirnos en egoístas, que nos incita a mirar sólo hacia nosotros. Un dolor
de muelas nos hace creernos la víctima número uno del mundo. Si en un
telediario nos muestran miles de muertos, pensamos en ellos durante dos
minutos, si nos duele el dedo meñique gastamos un día en autocompadecernos.
Tendríamos que empezar por el descubrimiento del dolor de los demás para medir
y situar el nuestro”.
Nosotros,
los discípulos que ya hemos visto a Jesús y lo seguimos, tenemos que dar
respuesta a la búsqueda de tantos hermanos y hermanas nuestros. Y ya no valen
las palabras. A nadie le vamos a convencer con dogmas o con nuestras razones.
Hoy todos quieren ver, quieren palpar. Por eso seamos testigos que dejan atrás
infidelidades, debilidades, problemas e ilusiones muertas y ponen brazos, oídos
y corazón en todo lo que hacen y viven escuchando aquellas palabras del
Resucitado: “Soy Yo. No temáis ”. (Jn 6, 20).