Cada segundo domingo de Cuaresma, se nos propone en la Eucaristía la lectura
de Transfiguración del Señor, capítulo de la vida de Jesús que de nuevo
rememoramos de forma muy especial cada 6 de agosto, Fiesta de la Transfiguración.
Entendemos por una transfiguración cuando algo tiene una
transformación que revela su verdadera naturaleza. En este caso, se retira a
orar con sus tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan, y
transformándose les muestra un reflejo de su Naturaleza Divina. Tiene en
parte cierto paralelismo con la
Oración en el Huerto. Jesús se hace acompañar por los mismos
discípulos, también a orar y en ambos casos, los tres se duermen, aunque en el
caso de la
Transfiguración despiertan a tiempo de observar la escena.
Jesús quiere, de esta manera, revelarles un anticipo
momentáneo de lo que será el cielo. Es ante esta contemplación cuando Pedro le
propone construir tres chozas para quedarse en este lugar, lo que nos habla de
lo gozoso que debe ser el cielo. Una de estas chozas sería para Jesús y las
otras para los dos personajes que aparecen en la escena dialogando con él,
Moisés, que representa la Ley ,
y Elías que lo hace con los profetas, de tal manera que el relato enlaza así
con el Antiguo Testamento.
Se produce la Transfiguración
poco antes de la Pasión ,
Muerte y Resurrección, y es de algún modo, un anticipo de la Resurrección. De
ahí que sea apropiada su inclusión en las lecturas de la misa dominical de cada
segundo domingo de Cuaresma. En este acontecimiento, es una de las pocas
ocasiones en las que leemos palabras pronunciadas por Dios Padre. Utiliza
prácticamente las mismas que en el momento del Bautismo de Jesús: “Este es mi
hijo amago, el escogido”. Añade: “escuchadle”.
Es riquísimo el texto en muchos más detalles, pero
este diario de la Cuaresma ,
por su propia estructura, se detiene aquí, no sin antes preguntarse sobre las
enseñanzas que podemos extraer de la Transfiguración. La
primera es ese llamamiento a ser discípulos de Jesús que queda meridianamente
claro cuando Dios Padre indica: “escuchadle”. La segunda es que bien merece la
pena el esfuerzo por alcanzar el cielo, con todas sus dificultades, con todos
los sufrimientos de nuestra vida, muchos de ellos difícilmente entendibles para
nuestra naturaleza humana. Basta para animarnos en nuestro camino hacia el
cielo, las palabras de Pedro cuando al ver a Jesús Transfigurado en su
naturaleza divina, como podremos verlo al alcanzar el Cielo, dice: “Maestro,
qué hermoso es estar aquí”.