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viernes, 7 de marzo de 2014

LA TRIBUNA DE LOS VIERNES (JUAN DE DIOS JERÓNIMO) - VIERNES DESPUÉS DE CENIZA

La asignatura más difícil


Aquel monje mayor que vivía en desierto salía a pedir en las horas de más calor. Su cuerpo aguantaba bien el calor. Al atardecer pasaba por una fuente cristalina y fresca y ofrecía a Dios el sacrificio de no beber hasta que llegaba al convento; como una respuesta de Dios salía un lucero que le llenaba de gozo. Aquel día un monje recién llegado le acompañaba. El nuevo monje sudaba y sudaba y su cara se iluminó cuando vio la fuente. El viejo monje pensaba qué haría. Podía darle ejemplo, explicarle lo del lucero, pero no había tiempo para grandes reflexiones. El joven monje le miraba con ansiedad. El viejo se inclinó y bebió. El joven, gozoso, se bebía la fuente. Poco después el viejo monje alzó la mirada, esperando no ver el lucero, pero ante su sorpresa vio que habían salido dos. Comienza la Cuaresma. Unos días en los que la Iglesia nos invita a prepararnos para vivir la Semana Santa. Los días centrales de nuestra fe. El espíritu con el que tenemos que andar estos días es el de un sacrificio que nos capacite al amor. La sociedad actual nos invita continuamente a cultivar el individualismo. Un individualismo que conduce necesariamente a la soledad, a la escoria del egoísmo. Nos golpean anuncios, invitaciones, sugerencias… para que vivamos para nosotros. Por eso, la mejor penitencia está en darse. Darse a los demás. Igual que San Juan de Dios recomendaba a los granadinos “que se hicieran caridad a ellos mismos” entregándole una limosna para sus pobres; también ahora la Iglesia nos invita a hacernos caridad a cada uno negándonos caprichos, no quejándonos, refrenando la lengua, viviendo algún detalle pequeño para sacrificar nuestros gustos o aficiones. De la misma manera que el anciano monje supo impregnar de caridad su costumbre, también cada uno debe ser capaz de sacrificarse por hacer más amable el camino a los demás. Serán detalles que pasarán desapercibidos para la mayoría de las personas pero, al igual que el monje, arrancaremos cada día una sonrisa de ese Dios que está a 40 días de inmolarse por nosotros. Él sabe que no podemos ofrecerle mucho más. Por eso no espera de nosotros más que el sacrificio silencioso de lo ordinario. Y es que al amor le pasa lo mismo que a los niños recién nacidos… no se sabe que está vivo hasta que llora.