EL COSTAL BAJO EL SANTÍSIMO
Como cada año, si no inmersos ya en el período estival, en la antesala del mismo, tiene lugar uno de los momentos más deseados del costalero, o me atrevería a decir, el que más, que se presenta en forma de encuentro de amigos en un palacete, el cual con el paso del tiempo está pasando a convertirse en el hogar de los cientos, porque ya pueden contarse con este número, de los hombres que se prestan para conformar los pies del Santísimo por las calles de Granada.
Nos vemos todos. Nos reencontramos después de un pequeño intervalo de tiempo, tras la Semana Santa, en el que hemos echado de menos el trasiego del mundo del costal. Nos contamos experiencias costaleras no puestas aún en común, y nos repartimos nuevas noticias o cuchicheos de este mundillo que acaban de salir a la palestra. Y seguidamente, pasamos a escuchar con suprema atención, todo lo que en el año corriente va a acontecer en torno al Santísimo y a su multitudinaria cuadrilla.
Después de este encuentro, sólo queda esperar unos días para que llegue el tan anhelado momento de vestirse de blanco sacramental y dirigirse a esa increíble igualá de Jueves de Corpus por la mañana, que te encaminará a la vivencia más grande soñada por todo aquel que se enorgullece de ponerse la ropa de trabajo para portar a Nuestro Padre.
Porque llevar a Jesús Sacramentado sobre tu cerviz no es comparable a nada, y es un hecho indescriptible dentro de los sentimientos de un costalero. Es Dios vivo quien reposa sobra tu cuerpo y te permite pasearlo por Granada para jubilo y gozo de todos los cristianos presentes en la ciudad. Y tú, ínfimo en la inmensidad de la Grandeza del Cuerpo de Cristo, te encuentras presente en ese pequeño universo que le sirve de anda procesional para repartir Gloria a todo el que sale a contemplarlo. Sientes en tu espalda el peso divino de la Fe, y navegas por un mar de almas que clavan sus miradas en el faro que alumbra la vida del creyente, que con su luz, eclipsa la luz del sol en ese Jueves de aleluyas y alabanzas. Sientes en tu piel la devoción de las personas que no pueden reprimir sus lágrimas ante tan Magnífica Presencia, y notas en tu corazón las peticiones que se elevan al Señor por cada calle, plaza y esquina.
Y trabajas para Él, eres Su conexión para que sea más palpable Su Presencia en la Tierra. Eso te llena el corazón de tal manera, que sería totalmente imposible desfallecer en tu trabajo, por más calor que haga y por mucho que el peso te acucie. Él te da fuerza para cumplir tu misión y llevarlo de nuevo a Su Casa, ese increíble templo, Catedral Metropolitana, que te recibe con los cánticos de los fieles y ese armonioso son de un órgano que desde las alturas parece asomarse a contemplar al Santísimo y dedicarle sus mejores notas.
El Señor regresa en una chicotá interminable, pero que al humilde costalero le parece extremadamente corta, y que a todos nos gustaría que no acabase nunca, porque debajo de Él, en Su Seno, el tiempo no parece pasar, el dolor parece ajeno, las preocupaciones no tienen cabida y el sentimiento de bienestar rellena cada espacio de ese mágico lugar llamado paso.
Él queda de nuevo en el Sagrario, y el costalero vuelve a ser un hombre normal, con sus virtudes y sus defectos, pero renovado y recubierto de una nueva fuerza que le hará desear con más intensidad, aún si cabe, volver a ser costalero bajo un paso, y sobre todo, volver a vivir un nuevo Corpus Christi bajo el manto del Santísimo.
Les quedará, a otros nuevos hermanos costaleros, el honor de portar de nuevo el Cuerpo de Cristo, la tarde del domingo, en la procesión de la Octava, a la que toda Granada volverá a seguir, como ajena al hecho de que únicamente han transcurrido tres días desde que el Señor impartiera Su Gracia entre los habitantes de la ciudad.
Y, los miembros de esa cuadrilla sacramental, que no hemos podido portarlo este año, habremos seguido por cada esquina el paso del Santísimo, elevando nuestras oraciones en cada mirada a la Ostia Consagrada, y pidiendo, entre otras muchos anhelos, que el tiempo transcurra rápido para volver a acudir a ese palacete-hogar del costalero del sacramento, donde poder oír nuestro nombre en voz alta y saber que esta vez sí, podrá poner su costal al servicio del Altísimo.