TIEMPO PARA LOS
RECUERDOS
AGOSTO
Es verano. Nos encontramos justo
en el meridiano de un tiempo en el que nuestra ropa descansa dormida en un
cajón o armario de nuestro hogar, al que miramos cada vez que entramos en la
dependencia de la casa en la que se encuentra, e incluso a veces abrimos como
queriendo comprobar que sigue allí, acariciándola con ternura y haciéndola
conocedora, de esta forma, de los días que van quedando para volver a
plancharla.
Es inevitable en esta época,
tener ese diálogo con el costal, en el que no falta el momento en que lo sacas,
lo extiendes, lo haces, al objeto de comprobar que todo está correcto, y lo
vuelves a doblar, para depositarlo a continuación en su perfecta ubicación
hasta que llegue el momento de volver a vestirlo. Es una rutina que se vuelve a
repetir no pocas veces durante los meses estivales, con la sensación de que se
efectúa para que tu ropa sepa que no te has olvidado de ella, pero que no
responde a otro objetivo que el de traer a la memoria todos aquellos momentos cargados
de emotividad que has sentido teniéndola ceñida a tus sienes.
El costal, es para el costalero,
una instantánea de cualquier momento vivido bajo un paso o en torno a él.
Refleja cada instante de euforia y, también, cada rato de sufrimiento recibido
junto a la trabajadera, y te lo vuelve a regalar cada vez que lo sacas de su
aposento para hablarle y repetirle las ganas que tienes de volver a vestirlo.
En el que caso del que os escribe, y pienso que en el de muchos de los que nos
enorgullecemos de portar sobre nuestra cerviz a Nuestro Padre y Su Preciosísima
Madre, la figura de la ropa de trabajo no es única, sino que, con más
normalidad de la que pensamos, una casa atesora escondida en su interior, más
de un costal, que nos regala los recuerdos y vivencias que mantiene impregnados
en su tela.
Uno, cuando lo extiendes y le
haces sus dobleces, te regala esa chicotá alegre de hermandad de barrio que te
hizo sentir incombustible bajo las trabajaderas después de horas y horas de
esfuerzo, otro te entrega ese descanso interior del andar bajo un paso en
silencio rezándole al Señor y contándole todo lo que te preocupa para que te
ayude a afrontarlo en la interioridad del alma, y otro, por qué no decirlo, te
hace vivir increíbles momentos de esfuerzo y de algarabía de largos ensayos en
las intespectivas noches de fríos inviernos. Todos, te recuerdan algo, que no
tenías olvidado, pero que reavivan ellos con su simple tacto y su relajante
observación.
Es por ello, que el verano, va
transcurriendo entre la distensión de las refrescantes aguas de la playa y los
recuerdos que al volver y buscarla con ansia contenida, nos regala nuestra ropa
de trabajo.
Pero estos recuerdos, se nos
antojan tan efímeros, y en muchas ocasiones, necesitamos que se mantengan en
nuestra mente más tiempo, para hacer así más llevadero el caluroso verano, que
el acariciar nuestra ropa, y después de nuestro momento íntimo con ella, nos
llevan a buscar miles de maneras, de las que disponemos hoy en día para seguir
recordando todo lo increíble e inenarrable que hemos recibido a través de la
fuerte trabajadera. Recurrimos a innumerables momentos de audición de música o
de visualización de documentos gráficos que nos ayuden a hacer más llevadero el
intervalo de tiempo que nos queda hasta el siguiente curso cofrade.
De esta forma, y teniendo como
hilo conductor, nuestra ropa de trabajo, los más jóvenes recordarán qué paso o
qué cuadrilla trabajó mejor en la Semana Santa, y qué momentos consideraron
perfectos o casi perfectos en sus estaciones de penitencia. Los que ya contamos
con algunos años más, recordaremos los buenos y malos momentos en el palo, las
personas que han trabajado junto a ti y de las que, en algunos casos, no
volverás a tener noticias, y lo bien que
te hace sentir tu costal cuando te reúne junto a tus compañeros para compartir
ensayos y salidas de nuestros titulares.
Y así, unos y otros, pasaremos
entre calores y recuerdos, el verano, y volveremos a comenzar a recoger en
nuestra ropa de trabajo, un año más, las vivencias que nos darán fuerza para
seguir afrontando los momentos en los que no nos es posible apretar nuestra
cerviz con la suave madera del paso. Aunque, todos sabemos que en los veranos,
todos nos las ingeniamos para buscar alguna manera de que nuestro cuello sienta
el agobiante calor estival sujetando la madera de las trabajaderas de alguna
Gloria o salida extraordinaria, y acortar así la espera hasta el siguiente
evento costalero que tengamos en nuestra agenda.
Por eso, me atrevo a dar un
consejo, que creo que puede ser interesante. Divertíos en el verano sin dejar
de rememorar el trabajo costalero, para pronto disfrutar del trabajo costalero
y atesorar momentos que nos aseguren la diversión del siguiente verano.