viernes, 15 de febrero de 2013

LA TRIBUNA DE LOS VIERNES CON JUAN DE DIOS JERÓNIMO

A partir de este viernes y durante toda la Cuaresma, CRUZ DE GUÍA cuenta con la participación de Juan de Dios Jerónimo, Jefe de Informativos de COPE-Granada. Este reconocido compañero pone en marcha "La Tribuna de los viernes", un espacio para la reflexión en este tiempo litúrgico.
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Era un párroco ya cansado de recibir insultos y de que se pusiera en duda su trabajo. Vivía en Alemania. Leía con dolor cómo se atacaba a la Iglesia desde distintos ámbitos por acoger a delincuentes y atender a quienes la sociedad ha desheredado. Decidió entonces dar salida a lo que llevaba en el corazón. En la fachada de su parroquia colgó un inmenso cartel en el que se leía “Sólo para pecadores”. Ese templo, esa casa, esa Iglesia, era sólo para pecadores. Los demás debían abstenerse de acudir a los actos que allí se celebraban. Me llamó la atención la clarividencia de este buen sacerdote. Sí. Es una Iglesia formada por pecadores. Muy pecadores. Es más, es una Iglesia en la que el ser humano se reconoce, con el paso del tiempo, más y más pecador. Y, al mismo tiempo, es la Iglesia que da la respuesta oportuna a la posible desesperación que podría acarrear descubrir esa verdad. Decían algunos autores que es una Iglesia triste, apagada precisamente por ese motivo… como si descubrir la verdad (la luz) fuera el paso inmediato a vivir en la desesperación y la amargura. Un santo arzobispo que tuvimos en Granada, Don José Méndez, lucía en su escudo el siguiente lema “Sé de Quién me he fiado”. Fiarse más de Dios que de uno mismo, es el requisito imprescindible para que el cristiano descubra a qué ha sido llamado: a una vida de inmensa alegría sabiendo quién es él y Quien es Dios. No es sólo un ejercicio intelectual. Es ejercitar la sinceridad con uno mismo (el paso más difícil), con los demás y con Dios. Carmen Martín Gaite en Caperucita en Manhattan relata cómo el lobo advierte a Caperucita de la importancia de esta virtud “a quien das tu secreto, das tu libertad”, llega a decirle. Y es precisamente el anhelo de libertad lo que nos lleva al sacramento de la alegría que podemos vivir especialmente en la cuaresma: a la confesión sacramental. Allí, deja de tener importancia el pecado y cobra protagonismo la Misericordia de Dios. Una misericordia que, tal y como le comentaba en una revelación particular a Santa Faustina Kowalska el mismo Jesús de Nazaret, hace que todos los pecados de todos los hombres de todos los tiempos sean sólo una gota que se ahoga en el océano de la misericordia de Dios. Ahí el hombre se reconoce como es, ahí Dios se reconoce como es y ahí se descubre la verdadera alegría que nada tiene de espejismos y sólo puede ir unidad a la verdad. El Beato Juan Pablo II insistía en que el gran drama de nuestra época era haber olvidado el sentido del pecado. No hablaba “en negativo” ya que proponía un reto apasionante al cristiano del siglo XXI: descubrir la inmensa misericordia de Dios que está dispuesto a perdonar siempre, a amar siempre. Descubrir la alegría de vivir en la verdad de saber quien soy y de cómo se me quiere. Es una Iglesia sólo para pecadores. Aquí sobra cualquier hipocresía. Por eso un cristiano es el ser humano más feliz… porque descubre en cada Confesión que Dios es su Padre y que él es un hijo muy querido. Siempre. Muy especialmente en Cuaresma.