viernes, 23 de marzo de 2018

MONSEÑOR JAVIER MARTÍNEZ #DeCerca



Son vísperas. El calendario nos muestra ya el fin de nuestra particular cuenta atrás. La Cuaresma va llegando a término y asoma ya la tan ansiada Semana Santa de 2018. Los preparativos se reducen a simples retoques y últimos montajes tras triduos, quinarios, vía crucis, pregones, presentaciones de carteles, ensayos, charlas de formación… Es inminente la llegada de esos días mágicos en los que la Iglesia de Granada sale a las calles para mostrar su catequesis de amor hecha imaginería, música y penitencia de hermanos que alumbrarán el paso de sus titulares.

En Cruz de Guía os seguimos informando al detalle. También lo haremos una vez pasada la semana mayor, como también hará el discurrir de la vida cofrade, que no se debe perder mes alguno del año.

En este Viernes de Dolores, previo a la Semana Santa, queríamos tener en nuestra sección de entrevistas un encuentro especial. Hoy hablamos y conocemos #DeCerca con Monseñor Javier Martínez, Arzobispo de Granada.

-Monseñor, estamos a unos días de la mayor manifestación de fe en las calles de Granada.
Son días muy especiales para la Iglesia, para toda la Iglesia. Porque en ellos conmemoramos y deseamos que se haga presente en nuestras vidas el Amor que hace bella y vivible la vida humana. Proclamamos en todas las estaciones de penitencia ese Amor y para mi son días también de estar “en capilla” por lo que representan y por lo que significan también para la vida de un pastor vivirlos junto con su pueblo.

­-Está claro que la fe de lglesia es mucho más que procesiones y manifestaciones de fe, pero es evidente la fuerza de los cristianos de la ciudad e incluso de la archidiócesis en dos días grandes como son el Corpus Christi y el día de la Virgen de las Angustias. ¿Cómo ve el pastor de la Iglesia de Granada a sus fieles? ¿Cómo definiría al pueblo de Granada?
Es muy difícil definir aquello a lo que uno ama como a su propia vida. Pero yo lo definiría como un pueblo que siente de manera muy viva la necesidad de Dios y la necesidad de ese Amor de Dios que se celebra en la vida cristiana, los acontecimientos de la vida cristiana. El Corpus es el día de la Presencia, es el día que proclama y vive la Compañía presente de Dios hacia su pueblo en camino. El día de la Virgen de las Angustias es el día en que el pueblo cristiano vuelca su corazón delante de la Virgen pidiéndole que nunca le falte esa compañía, ese consuelo y esa certeza de que ya se nos ha sido entregada en la Cruz. Es nuestra intercesora.

-Ahora volveremos a tratar los temas cercanos a la realidad eclesial de la ciudad y también la de nuestras hermandades y cofradías, pero queremos conocerle personalmente. ¿Cómo fue la niñez y juventud de Javier Martínez?
La niñez fue muy bonita, repartida entre un barrio de Madrid, donde todavía había vida de barrio y los niños jugábamos, y corríamos, y saltábamos por la calle; jugábamos al balón, y apartábamos el balón cuando oíamos el motor de un coche, en Argüelles. Y los veranos pasados en un valle bellísimo, en un rincón de la montaña de Asturias, ayudando a los campesinos a cortar el heno y a llevarlo a casa y a cuidar de los terneros y de las vacas, en los prados, y contemplando la niebla –diríamos- corretear entre los bosques de castaños y robles, y jugando en un arroyo, pequeño pero lleno de vida y de alegría, con la familia de mi madre. No puedo mas que dar gracias por una infancia vivida muy gozosamente, con mucha sencillez. Un niño que terminó encontrando una gran panda de amigos de su edad en la parroquia donde estaba y a donde fue en busca, sobre todo de un futbolín, y supongo que de amigos.
Y en esa parroquia nació también mi vocación. Yo me fui al seminario con 11 años. Y había empezado a ir a la parroquia porque había un futbolín y allí podía pasar las tardes jugando con otros chicos de mi edad del barrio. Y había un cura bueno, un buen cura, que estaba con nosotros. Nos enseñaba a ayudar en misa, nos llevaba de vez en cuando de excursión y estaba pasando allí el tiempo con nosotros. Y un día llegué a casa diciendo que quería ser cura y que me iba al seminario.
En el Seminario Menor continué aquella infancia feliz y traviesa. Teníamos un grupo scout que nos lo pasábamos muy bien y hacíamos todas las travesuras propias de niños jugando al baloncesto y al frontón, y al fútbol, y haciendo obras de teatro. Lo pasábamos verdaderamente muy bien. Yo tengo un recuerdo de mi Seminario excelente. Un Seminario muy sano, muy fresco, muy oxigenado, y diría, muy divertido. Es obvio que cuando uno decide finalmente ser sacerdote es en la edad de en torno a los 17 o 18 años. Y doy muchas gracias a Dios por los formadores que tuve, especialmente por un padre espiritual, que nunca me presionó para que fuera sacerdotal, sino que siempre me decía que el Señor quería mi felicidad, que era yo quien tenía que ver delante de Dios que era lo que a mí me llenaba más el corazón.
La verdad es que me gustaban muchas cosas, porque desde niño me gustaba la literatura, me gustaba el arte, me gustaba todo lo que tuviera que ver con el arte en todas sus formas, me gustaba mucho el teatro y el cine. Y lejos de invitarme a reprimir aquello que podría tal vez alejarme de Dios y de mi vocación, siempre me decían que todo lo que había de bello y de bueno era un reflejo del Señor; todo lo que había de bello y de bueno en el mundo era un reflejo del Señor, y que si el Señor quería que fuera director de cine, la Iglesia me ayudaría a ser un buen director de cine.
Haber sido educado así lo considero una gran gracia en mi vida. 


-Cuando llega el momento en el que tiene clara su vocación sacerdotal, ¿se imaginaba en aquellos años que pudiera llegar a ser apóstol de Cristo como obispo de su Iglesia?
Jamás en la vida. Y, además, puedo decir que después mi trayectoria sacerdotal, que tuvo que ver casi siempre mucho con el trabajo de calle con jóvenes y con grupos de jóvenes, y al mismo tiempo con el estudio y la investigación, tampoco me predestinaban de una manera especial a la misión de obispo. Yo creo que conocí lo que era ser obispo después de haber sido ordenado.

-De tantos caminos andados en su vida en favor de la fe, uno de los que más me atrae como cristiano son los tantos que usted ha andado y estudiado en relación a la fe en Medio Oriente. ¿Por qué de esta pasión? ¿Cómo es la realidad actual de los cristianos en países como Siria o Irak, de los que sólo llegan a Occidente noticias sobre guerras?
Mi primer viaje a Palestina fue poco después de la Guerra de los Seis Días, en los días siguientes a las primeras pisadas del hombre en la luna. Y fue vivir Tierra Santa ya marcada por la destrucción y la guerra. Luego, la Iglesia quiso que me ocupase de la historia de los orígenes cristianos y eso volvió a llevarme a Jerusalén, donde viví un año, también en compañía casi semanal de atentados y de sufrimientos provocados por las enemistades entre el pueblo de Israel y el pueblo palestino. Y eso marcó mi vida después. Los años de estudio en América estuvieron todos orientados al estudio de aquellos pueblos cristianos, que es como la cuna de nuestra fe, y a los que yo había pensado consagrar mi vida cuando fui nombrado obispo auxiliar de Madrid. Es una historia de dolor desgarradora y, al mismo tiempo, un testimonio de fe para todos nosotros en Occidente. Los cristianos que vuelven a sus pueblos después de haber sido destruidos lo primero que hacen es celebrar la Eucaristía, sabiendo que no les espera un futuro probablemente fácil en ningún sentido. Y sin embargo, vuelven, una y otra vez, recomienzan su historia como si fuera el primer día. Es un testimonio para todos nosotros extraordinario. Al mismo tiempo, el haber podido conocer la fe en sus primeras manifestaciones uno encuentra esa misma frescura, esa conciencia del triunfo del amor de Dios por encima de todos los males de la historia, que a mi me ha conmovido siempre, desde que la conozco. Ésa ha sido una de las dimensiones de mi vida que, junto con el trabajo con jóvenes, han sido siempre mis dos grandes pasiones.

-La vida de un sacerdote va girando en torno a Cristo y éste hace que la realidad en la que trabaje la fe vaya cambiando con el tiempo. ¿Cuándo tiene Javier Martínez su primer contacto con una realidad cercana a una hermandad o cofradía?
En mi primera parroquia, en un pueblo de Madrid. La vida de la parroquia, que era una parroquia muy pequeña, estaba engarzada en una cofradía de la Vera Cruz, que era la fiesta patronal del pueblo. Por lo tanto, desde mis primeros días de ministerio sacerdotal, porque además fui a la parroquia muy pronto, a las pocas semanas después de ordenarme, donde tuve el privilegio de vivir esa expresión sencilla de un pueblo cristiano que veneraba, gozaba y lloraba junto a una Imagen, y vivía la vida a los pies de aquella Imagen.
Como obispo auxiliar de Madrid, en la Semana Santa en Madrid yo acompañé al Cristo de Medinaceli, que salía, y también salía la Macarena, acompañada de muchísimos sevillanos que viven en Madrid, y también salía el Rocío, en la parroquia de San Cayetano. En Madrid había mucha vida cofrade, lo que pasa que Madrid lo absorbe todo y esas procesiones, a pesar que reunía a miles de personas, no salía en los periódicos. Pero había mucha vida cofrade también en Madrid. 

-Antes de llegar a Granada estuvo usted en Córdoba, ciudad andaluza donde también se vive muy intensamente la Semana Santa. ¿Cómo recuerda el movimiento cofrade en Córdoba? ¿Es una Semana Santa muy diferente de la nuestra?
Yo en Córdoba podía asomarme un rato a ver alguna procesión por las esquinas de las calles y me unía al pueblo en la contemplación de los Pasos. En Granada, eso nunca ha sido posible, porque mi puesto estaba en la puerta de la Catedral recibiéndolas a todas en las Pasiegas. Por lo tanto, mi experiencia es diferente. En los dos casos bella. Entonces, en Córdoba, algunas entraban en la Catedral, pero otras no, porque algunas no caben los Pasos por las calles o porque no había tradición.
Fui muy feliz viviendo la Semana Santa cordobesa y soy muy feliz viviendo la de Granada.
La de Granada me permite sentirme muy pastor del hecho de acompañar a todas las cofradías, hasta el año pasado que mi salud dejó de permitírmelo. Acompañar a cada cofradía en su estación de penitencia en la catedral para mi era un momento especialmente sagrado de estar juntos en la presencia del Señor y de vivencia muy rica.

-Y aterrizando más sobre nuestra ciudad, ¿cómo fue su primer contacto con las hermandades de Granada?
Fue la procesión del Corpus y luego la Virgen de las Angustias. Porque vine un 1 de junio y, por lo tanto, me encontré enseguida con el Corpus y con las Angustias. Recuerdo esos dos momentos. De nuevo, es una unión sagrada entre el pastor y el pueblo. Estamos juntos en nuestro destino. Estamos juntos ante Dios. Y yo le pido muchas veces al Señor no ser demasiado indigno de una fe como la que tantas veces he visto en los rostros de las personas en la calle. Sé que a algunas personas les llamaba la atención o no les gustaba mi detenerme a bendecir a los niños o a los adultos. Había personas que consideran eso como un acto de “relaciones públicas”. Yo siempre lo he vivido como un momento donde se cumple una de las funciones del pastor. Dios nos bendice y mis manos están hechas para bendecir. Si en ese momento el pueblo se acumula, y se acumula junto al Señor, es un momento para que mis manos cumplan esa misión de bendecir, vinculado a una experiencia muy bella que tuve en Córdoba una vez en una procesión. Fue cuando me arrodillé delante de un niño enfermo para bendecirlo en una procesión. Muchos meses después supe aquellos padres se habían alejado de la Iglesia al nacer aquel niño y habían vuelto al Señor –sin decirme a mi nada, lo supe de manera indirecta- justo después de aquel gesto de bendición. Y yo dije: “Señor, ésta va a ser mi misión cada vez que yo pueda en una procesión, siempre”. Doy muchas gracias a Dios por haber podido hacerlo tantos años.

-Su actividad pastoral no cesa en ningún ámbito pero desde siempre los cofrades granadinos se han visto muy atendidos por su obispo, aunque también han surgido voces críticas en ciertos momentos por no entender el sentido jerárquico de la Iglesia en algunas de sus decisiones, como en la elección del anterior presidente federativo o la continuidad de algunos hermanos mayores. ¿Cómo ha vivido estos malentendidos del mundo cofrade?
Yo entiendo que la Iglesia es una familia. Y cuando una familia está viva siempre hay momentos de malentendido. Pero siempre el amor es más grande que los malentendidos. Y se resuelven bien, porque es el amor lo que triunfa. 

-Una de sus grandes iniciativas en el mundo cofrade fue la creación del Economato Solidario ‘Virgen de la Misericordia’. ¿Cómo surgió ésta idea?
Surgió en los primeros momentos de la crisis. No sabría decir ahora mismo si surgió al mismo tiempo en algunas de las hermandades y en algún miembro del Consejo Episcopal, y por lo tanto fue como algo que cayó por sí mismo. No sabría decir de dónde nació la iniciativa. Lo que sé es que es una iniciativa en la que todos nos sentimos vinculados desde el primer momento y que ha sido una cooperación muy hermosa, que ayudaba a muchas familias y que ha hecho muy patente el deseo de colaborar todos a paliar, en la medida de nuestras limitadas posibilidades, también los efectos de una crisis que ha sido muy dura para muchas familias.

-No puedo, o no debo, preguntarle por alguna hermandad en concreto, pero sí que puedo intuir que uno de sus momentos más especiales, sino el que más, en nuestra semana mayor es el momento del Campo del Príncipe a las tres de la tarde y la oración de las cinco llagas. ¿Es así?
Claro que lo es. Es muy fácil hacer una gran masa, cantar. Pero una gran masa que guarda silencio tiene que tener motivos para guardarlo. Y nada te hace más presente que ese momento, es como la consumación del don de Dios al hombre, como ese silencio en el Campo del Príncipe. Es un momento sobrecogedor al que no me acostumbraré jamás.

-Sin duda, su Semana Santa es muy intensa, no sólo celebra el Triduo Pascual y atiende a las demás responsabilidades pastorales, sino que se desvive por nuestra semana grande desde que la Borriquilla inaugura el Domingo de Ramos hasta el día más grande de la Iglesia Universal, el Domingo de Resurrección, y todo ello padeciendo el frío en la gélida Plaza de las Pasiegas.
(Risas) Es una chimenea que baja directamente de Sierra Nevada por la calle Oficios.
Pero no es el frío lo que uno recuerda. Hay mucho calor de corazón, de encuentro con los hombres y mujeres que acompañan la estación de penitencia, con los jóvenes, con los niños, con los comunicadores que pasan tanto o más frío que yo en la Plaza. Pero siempre me ha conmovido las personas que, por ejemplo, van descalzas y pasan horas. En algún caso me he atrevido a preguntar cuál era el motivo de ese sacrificio, y una mujer me ha dicho “mi hijo está en la droga y le pido al Señor que salga”. Por lo tanto, como para no respetar ese dolor y sentirlo como parte tuya y ese sacrificio. Así hay miles de personas en Semana Santa.

-Una de las cosas que no cesa de hacer en las Pasiegas entre hermandad y hermandad es hablar con todos los granadinos y visitantes que acuden al lugar a ver las hermandades, y a mí personalmente me recuerda mucho a lo vivido año tras año en la ofrenda a la patrona, miles de personas que hablan con usted y le entregan oraciones y peticiones. ¿Cómo se viven esos momentos tan intensos en los que uno atiende tantas súplicas?
Yo creo que sólo Dios lo sabe, pero yo no puedo terminar uno de esos momentos sin sentir mi corazón cargado; cargado con las vidas de mis hermanos, y al mismo tiempo responsable de presentárselas al Señor, para que multiplique sobre ellos su amor y su gracia. Y considero un privilegio poder servir a un pueblo cuya fe es muy difícil expresar (habría que poder leer en sus ojos para expresarla), pero es una fe y una esperanza tan profundamente humanas que son ellos mismos un don grandísimo de Dios. Y uno se acerca a ellos como al Señor: con temor y temblor.

-Además de presidir la celebración de la estación de penitencia de cada hermandad en la Catedral, ¿disfruta usted de alguna salida procesional más o algún otro momento cofrade en la calle?
En la Semana Santa momentos cofrades apenas he tenido un día, saliendo con el Cristo del Trabajo, del Corpus Christi, un año. La Coronación de la Virgen de María Santísima de la Misericordia, de la Virgen de la Aurora, de la Virgen de la Amargura han sido momentos muy llenos de gozo y festivos. La Coronación de Chauchina o de la Virgen del Martirio, en Ugíjar. La de Chauchina fue pasada por agua. La “única nube” que había en España ese día cayó en Chauchina (risas), pero esas aguas así repentinas suelen ser un signo de Dios. En las Gabias, también nos llovió al final de la Eucaristía. Han sido muchos momentos preciosos.

-La vida cofrade va más allá de estos ocho días mágicos, el verdadero amante de nuestras hermandades se entrega durante todo el año. ¿Cómo definiría usted el estado actual de nuestras hermandades y cofradías?
Como en la sociedad crece el hambre de Dios, yo creo que en las cofradías crece la conciencia de que es un espacio donde ese hambre y la relación con el Señor toma cuerpo. Entonces, me da especial gratitud ver cómo los padres, preocupados por el futuro de sus hijos y por la fe de sus hijos, llevan a los niños. En estos años últimos han crecido los cuerpos de monaguillos en las cofradías. Crece la presencia joven también.
Yo creo que eso en sí mismo es una esperanza y una ocasión de una pastoral que, como nos invita el Papa Francisco (que ha hablado de la piedad popular muy explícitamente en el programa de su pontificado), a tomar muy en serio la compañía y la escucha a esa juventud que se asoma a la Iglesia y al mundo, acompañado de sus imágenes, desde el mundo cofrade.

-Muchas hermandades ven reducido el número de penitentes a causa de, entre otras, las modas, donde los jóvenes prefieren ser parte de los costaleros o los músicos. ¿Qué le diría usted a esos jóvenes que se plantean participar en la estación de penitencia de una hermandad y no saben si hacerlo en el anonimato de un nazareno?
Que ahonden en su corazón y que busquen en su corazón al Señor, y que hagan lo que su corazón les diga. Que si ahondan con seriedad en ese corazón se van a encontrar con Dios y van a tener la intercesión de Nuestra Madre, ya sea como penitentes o como costaleros. Que ahonden, que no tengan miedo de ahondar en los deseos más profundos que hay en el corazón de cada uno.

-El Domingo de Ramos llama a la puerta, y ates de realizarle una serie de preguntas cortas para conocerle #DeCerca, le preguntamos: ¿cuál es su mayor deseo para esta Semana Santa de 2018?
Que el Señor me convierta a mi y me ayude a ser mejor pastor de un pueblo tan hermoso como el que el Señor me ha confiado. 

Y para conocerle un poco más de cerca:
- Un recuerdo de su infancia en relación a las cofradías o a la Iglesia:
No es exactamente las cofradías, porque en la parroquia de Madrid donde yo vivía no había cofradías, pero tiene su parecido en que también era –diríamos- “hacer corporación”: la asistencia a la Eucaristía con los banderines de aspirante de Acción Católica, con 9 años. Podría parecerse a lo que es ahora los grupos jóvenes con sus guiones en las cofradías.
- Una imagen de Cristo de nuestra Semana Santa:
La que me viene inmediatamente a la cabeza es el Cristo yacente de Santa María de la Alhambra.
- Una imagen mariana de nuestra Semana Santa:
Me viene también la Virgen de la Soledad (de Santo Domingo) que sale el Viernes Santo al Campo del Príncipe.
- Su mejor recuerdo como cofrade:
Son tantos. Haber sentido a veces las ganas de llevar algún paso y de haberme tenido que aguantar esas ganas.
- Un momento especial de la Semana Santa:
La bendición de los ramos la mañana del Domingo de Ramos. El momento de las Tres de la tarde en el Campo del Príncipe y la Vigilia Pascual.
- Su rincón para ver cofradías:
La puerta de la catedral cuando me vuelvo a ver venir el paso, a la entrada de la Catedral.
- Su momento más feliz como cofrade y Arzobispo de Granada:
Miles de testimonios de fe que he vivido recogiendo ramos de flores para la Virgen de las Angustias, o bendiciendo a familias en los días de Semana Santa, o compartiendo algunos momentos junto a la puerta de la Catedral con personas que están allí de pie esperando a sus imágenes.
- Y el que le hubiera gustado no vivir:
El susto que me llevé cuando el soporte de un paso cayó sobre el pie de un chico en la hermandad de los Ferroviarios.
- ¿Con que adjetivos definiría nuestra Semana Santa?
Bella.
- Cuéntenos alguna anécdota cofrade que haya vivido:
Un niño de siete años que se me acercó en las Pasiegas y me preguntó: “Qué es más importante que hagas eso que haces en la frente o ir a tocar el faldón del paso”. Yo le dije: “Las dos cosas”. Fue a besar el faldón del paso, después vino y me dijo: “Y si estoy aquí contigo, ¿la televisión me saca?”. Y le dije: “Sí”. “¿Y me puedo quedar?”, me preguntó. Digo: “Sí”. Y se quedó. Hice yo mi meditación junto al Señor que vino y, al final, me da un codazo y me dice: “¿Sabes una cosa? Yo creo que al Señor le ha gustado eso que le has dicho”.


Muchas gracias don Javier por atender esta entrevista y por su labor pastoral en la Iglesia de Granada, y muy especialmente en nuestras hermandades y cofradías.