Venid a Mi
Es una locura el ritmo que nos imponemos en esta sociedad.
No tiene el ser humano capacidad para asumir la intensidad que le reclaman sus
obligaciones. La necesidad de paz y de quietud se manifiestan en muchos
aspectos: ahí están esos fondos de pantalla de los ordenadores que nos
trasportan a playas desiertas, paisajes naturales exóticos… donde siempre el
hombre está sólo y, ojalá, sin cobertura. La soledad que ambicionamos tiene un
coste demasiado elevado para los maltrechos bolsillos de la mayoría de
nosotros. Pagamos unas facturas impresionantes en viajes de cuatro días a ese
lugar paradisiaco y después… vuelve la rutina con el añadido del trabajo
acumulado en esos días de descanso. Seguimos ambicionando y añorando esos
momentos en los que “el hombre conversa consigo mismo” sabedores que de, quizá,
de esta manera, conseguiremos hablar con Dios algún día.
El hombre contemporáneo, cada uno de nosotros, tiene que
desenvolverse en una sociedad que reclama continuamente su atención. Prima lo
urgente sobre lo importante, de tal manera que todas las tareas pendientes se
convierten en un amasijo de cosas por hacer. Ahí están las obligaciones
profesionales, las familiares, las sociales. El viernes, hoy mismo, se mira
durante toda la semana con desesperación. La ansiedad es la principal
enfermedad de nuestros días y el miedo el motor que nos conduce, a toda
velocidad, a apagar el fuego de esas obligaciones que nos marcan o que nos
marcamos.
No podemos olvidar que es precisamente ahí, en medio de la
calle, donde Dios nos llama. Ahí, en el ajetreo diario podemos oír su voz:
“Venid a Mi”. No hay que pagar un vuelo de avión, ni tenemos porqué
trasladarnos imaginariamente a los fiordos noruegos. No. En medio de la calle,
en la locura cotidiana, es donde Él nos llama. Nos dice que quiere llenar
nuestra alma de paz. Susurra que tiene la solución. Nos dice, a cada uno, que
tenemos la oportunidad de conquistar un trozo de cielo cada día, en cada cosa
que hacemos o pensamos. “Venid a Mi los cansados y agobiados”. Miramos hoy a ese
Cristo que carga con una Cruz, que nos pregunta si estamos dispuestos a ser
Cirineos y a vivir con Él la aventura de rescatar al hombre de si mismo. Quiere
saber si ese hombre que ha caído en las garras del estrés y la desesperación
está dispuesto a enfocar su vida de una manera más lógica: con la lógica de
Dios.
¿Por qué trabajo? ¿Por qué cumplo mis obligaciones? ¿Qué es
lo que alegra mi corazón? ¿Dónde he situado mi tesoro? Responder a esta
preguntar es responder a la voz de Dios. Nos pasa a los hombres y a las mujeres
que a veces confundimos el problema con la solución. Donde hay una voz que nos
dice:”Ve a MI” nos sentimos heridos porque nos tratan como a dependientes.
Gente que necesita del cuidado de otro. Que no se vale por si misma. Y es eso
precisamente lo que somos delante de Dios: hombres que necesitan de Él,
corazones inquietos que no descansan hasta que dan con Él. Y tenemos también la
oportunidad de responder como Pedro: “ a quién iremos... sólo Tú tienes
palabras de vida eterna”. Y vendrá esa paz y esa alegría que tanto deseamos y
que tanto necesitamos nosotros y quienes nos rodena. Nos lo dice una vez más:
“venid a Mi”.