Nos dan lo nuestro y encima
tenemos que estar agradecidos. Nos ceden lo propio y tenemos que estar
agradecidos a las voces críticas que se esconden tras la pluma o la pantalla de
su ordenador. Nos dan lo que la libertad de este país nos asegura, pero ellos
siguen aferrados al relativismo y a la creencia de que su palabra, normalmente
escrita en renglones que tienen precio, son la verdad suprema.
Así se vive en España, este gran
y a la vez alocado país en el que se cuestiona todo, donde el tiempo y la
Historia tan sólo marcan recuerdos para aquellos que siempre quisimos aprender
de nuestros mayores para hacer un hoy verdadero y vivo en nuestros orígenes. El
caso de nuestra Granada es algo más delicado y especial. Sin duda, la malafollá brota por todos los rincones,
y rebosa en el parecer de muchos, no sólo como humor negro o irónico, sino como
forma de vida negativo y con complejos de inferioridad.
Granada es una ciudad de enorme
valor histórico y cultural, dañada por muchos, durante mucho tiempo, pero
sobretodo frenada por aquellos que tan sólo ven la paja en ojo ajenos sin
percatarse de la viga que tienen en el propio.